¿Qué pasa con el hiyab?

¿Qué pasa con el hiyab?

No es un tema que a estas alturas me guste ni apetezca tratar pero, en vista de los sucesos y tendencias más recientes, considero apropiado exponer mi parecer personal sobre distintos aspectos de esta cuestión.

Recuerdo hace unos años, en medios musulmanes y medios de interacción entre musulmanes y no musulmanes, el velo era un tema en muchos ámbitos que daba lugar a encontronazos y controversias verbales más o menos vehementes.

Creo que el tiempo de esos encontronazos, muchísimas gracias a Dios, ya pasó. Creo y percibo que, entre musulmanas, ya se quemaron todas las candelas de la controversia y el antagonismo por ese motivo. Y recalco el “entre musulmanas” porque esa es la madre del cordero, es decir, lo que a mí, y creo que las más de las musulmanas, nos interesa y lo que es de importancia y definitivo para nosotras. Y digo, además, que el haber dejado atrás esa etapa es algo muy positivo para nosotras porque, claro está, no somos enemigas ni somos incompatibles por ese motivo. La divergencia de opiniones no es algo nuevo en el islam y siempre se ha considerado una misericordia divina, como dice el honrado Alcorán, y no una desgracia.

Y recalco, una vez más, “entre musulmanas” por otro motivo, porque me parece -y si alguna hermana no está de acuerdo que me lo señale, por favor- que ni las hiyabis ni las no hiyabis tenemos el propósito o el deseo de que nuestra  vestimenta pase a ser potestad masculina. Creo no equivocarme si digo que las mujeres que visten hiyab lo hacen por propia iniciativa y no porque ningún varón ni principio varonil les haya comido el coco. Yo personalmente sé de mujeres que lo llevan en contra del parecer de su parentela masculina, sea varón, padre u otra cosa.  Por este motivo es más ofensivo todavía que, a toda costa, por la parte islamófoba se pretenda meter en el ajo a los varones cuando las propias musulmanas no los metemos. Eso ya en sí es un insulto a todas nosotras.

El tiempo, pues, nos ha dado madurez y soberanía a todas nosotras sobre nuestros propios conceptos y convicciones al tiempo que aceptación por las demás tal como son y piensan. No pongamos en peligro esa madurez y ese compañerismo que tanto, creo, nos satisface a todas. Esta madurez es algo con lo que nos bendice Dios, primero porque frente a la islamofobia lo menos que podemos hacer es estar unidas. Segundo porque creo que ningún musulmán ha pretendido jamás que el hiyab o el no hiyab sea un dogma y que, por tanto, sería pelearnos por algo que no va a tener solución si es que, como se nos manda, los musulmanes respetamos la libertad de creencias de cada persona.

Esta actitud de respeto y aceptación de las divergencias en esta materia que creo debemos adoptar las musulmanas como una dignidad añadida, nos permite salvaguardar dos cosas fundamentales que paso a formular sin orden de preferencia:

Primera: la vestimenta y la apariencia personal es la potestad individual de cada persona y nadie ni nada, incluidas instituciones, colectivos o empresas, es quien para meterse en semejante cosa mientras lo que se vista o la apariencia que se tenga no cause daño o perjuicio a otros o a las cosas de interés colectivo o general.

Segunda: El por qué se lleva o no se lleva una u otra vestimenta o se muestra una apariencia determinada es igualmente de la potestad personal y  debemos admitir que la persona que asume una apariencia la asume por los motivos que ella misma indica que la asume, no por los motivos que otra u otras personas digan que la asume. Si alguien dice que se muestra a sí mismo en tal o en cual apariencia porque entiende que se lo manda Dios, nadie tiene derecho –ni conocimiento, claro está- a ponerlo en duda. Tampoco, desde luego, sería buena educación hacerlo, que eso, la buena educación, parece ser otra cosa de las que se está yendo al garete con la islamofobia. Igualmente no se pondrá en duda que una persona que dice no llevarlo y creer que eso no es un mandato divino, se pondrá en duda. Es indudable que cada persona de buena voluntad procede con la mayor honradez con respecto a sus convicciones. Nadie debe poner eso en duda. Esa clase de temas podrían serlo de conversación privada en el ámbito de la amistad o de los intercambios sociales como se suele hablar de filosofía, de religión o de cualquier otro tema que sea interesante para quienes participan, con el fin de ampliar horizontes y conocimientos y, siempre, sin faltar a la buena educación y el respeto. Ahora bien, desde el punto de vista público, tal como están las cosas y como nos acecha la jauría, es difícil que en este tema las musulmanas, si no nos andamos con cuatro ojos, no terminemos tirando piedras a nuestro propio tejado. Un debate es admisible en los términos que he dicho para lo privado, pero como digo, no parecemos estar en circunstancias en que se nos vaya a facilitar tal cosa. Fuera de esos posibles debates, respetuosos y objetivos y sin personalizar, es mera y común grosería ponerse a discutir “sus porqués de ella”, aparte por supuesto de invadir el terreno de la conciencia y convicciones personales, que en principio, parece ser que en todas las constituciones se consideran inviolables.

Insisto en que, como creo que lo hacemos todas,  en esto las musulmanas debemos estar unidas entre nosotras y también con las personas de buena voluntad, respetuosas de estas normas que no solo son constitucionales sino que de toda la vida se han considerado como de elemental buena educación, buenos modales y buena convivencia.

Creo también entender que las hiyabis afirman su independencia de cualquier imposición varonil, cosa en la que, por supuesto, las no hiyabis estamos de completo acuerdo.  Es verdaderamente impertinente por parte de islamófobos o machistas musulmanes o de otra confesión, pretender que el varón y no Dios es lo que mueve a las musulmanas  que usan hiyab a hacerlo así.

Hay que estar en guardia porque siempre que se recrudece una campaña islamófoba el recurso es poner a las mujeres de espantajo y sacar cosas que no nos molestan a ninguna para convertirlas en cuestiones de vida o muerte.

La cuestión doctrinal, creo que en eso estamos de acuerdo, debe ser cosa de cada una. Nadie vive por la conciencia ajena y uno puede cambiar con el tiempo de creer cosas en un momento dado a creer otras en otro momento porque toda la vida es aprendizaje y es su derecho a seguir su camino de vuelta a Dios como honradamente entienda. Es cuestión de nuestra conciencia y no responsabilidad de gurus ajenos. Dudar de la buena fe de una hermana no debe ser admisible para nosotras.

Por otra parte, yo creo firmísimamente en que la divergencia es una misericordia divina y que, en un mundo en el que se tira de nosotras de un lado y de otro bien para convertirnos en cosas de consumo bien para convertirnos en propiedad varonil, esta divergencia entre nosotras es verdaderamente una benditísima misericordia. Ante estos dos extremos, nosotras somos dos escudos, uno de acero y otro de diamante. Nos protegemos las unas a las otras y nuestra responsabilidad sagrada como perpetuadoras de la especie por honra divina. Somos dos caras verdaderas que se oponen a las dos caras falsas. Y eso en virtud de nuestra verdad, integridad y firmeza en nuestra sumisión a Dios. No permitamos que quienes libran una guerra de poder contra la Humanidad encuentren en nosotras, las honradas por Dios para perpetuar la especie, un flanco por el que atacar.

La sentencia es un sofisma. Ni en empresa privada ni pública el hiyab o no hiyab representa ningún problema real. Ahora bien, problemas artificiales todos los que se les ocurran y, no nos sorprendamos, es otro lance más en esa guerra de poder que está en marcha y en la que han elegido el islam como medio para inspirar preocupación artificial y terror en las poblaciones euroamericanas y mundiales. En ese papel el islam viene pintiparado y está designado de antemano. La sentencia del hiyab está en esa línea y sospecho que están por venir cosas más fuertes. No caigamos en esas trampas. Sería el colmo del suicidio histórico como umma el aceptar que ardides de este calibre nos pillen en desbandada. Es otra de tantas humillaciones como nos lanzan a la cara: las mujeres somos ropa. Si se habla de mujeres no puede ser ¡por Dios! en relación con cosas serias. No, por Dios, a nosotras ropita, maquillajes, vestirnos, desnudarnos. Es una humillación en toda la regla. Somos ropa, cosas. No caigamos en su envite. No somos ropa, somos siervas de Dios y no nos rendimos a ningún atropello. Somos siervas de Dios que sabemos que se nos sospecha el eslabón débil por el que reducir toda resistencia.

¡Dios quiera guiarnos y darnos la fortaleza para resistir en Su camino! Pidamos que la misericordia que quiere que seamos sepamos serla y estemos a la altura de la dignidad que Él nos ha conferido.

 

Autora: Carmen del Río

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