¿Es el islam parte de nuestra identidad?

¿Es el islam parte de nuestra identidad?

Como toda pregunta, esta tiene varias respuestas posibles: Sí, No, quizás, no sabe ni contesta… Incluso hay quien es capaz de devolvernos multiplicada la pregunta: depende, ¿qué se entiende por los términos “islam” e “identidad”?, ¿a quién se refiere ese “nosotros”?

Cuando se me invita a un ámbito académico a responder a esta pregunta, se me hace evidente que se me ha invitado como musulmán español, antes que como intelectual del cual se esperan sólo datos. Se espera de mí que justifique y defienda la opción afirmativa. Mi propia presencia, como musulmán nacido en Barcelona, de padre y antepasados aragoneses y de madre y antepasados extremeños, ya serviría de respuesta, sin que tuviese nada que añadir. Desde el momento en que hay ciudadanos musulmanes españoles, no hay la menor duda de que el islam forma parte de nuestra identidad. ¿Cómo no va a formar parte el islam de nuestra identidad, si forma parte de la mía, y yo pertenezco a ese nosotros?

En este sentido, aquellos que lo niegan, simplemente están negando mi participación de ese nosotros. A estos, solo me queda preguntarles: ¿por qué me excluyes, con que autoridad? ¿Quién eres para excluirme de mi propia tierra, de mi propia familia, de mi propio país, de mis propias raíces, del legado de tantas y tantas generaciones que actúan en mí y que me dan la fuerza con la cual seguir avanzando hacia mi propio destino, como individuo enraizado en una historia, pero que se debe a lo abierto? Claro que la respuesta de aquellos que niegan que el islam sea parte de nuestra identidad me dirán que soy yo mismo quien se ha excluido de esta historia, quien ha renegado de sus propias raíces, quien, al aceptar el islam, ha decidido libremente salirse de dicha identidad.

Para no complicar las cosas, nos quedaremos de entrada con las dos primeras respuestas posibles: Sí y No. Pues es en estos donde se expresan de forma más contundente las implicaciones de la pregunta sobre el islam y la identidad de España. Lo que me propongo es en un primer momento considerar los argumentos de aquellos que afirman y de aquellos que niegan que el islam es parte de nuestra identidad. A continuación, confrontaré dichos argumentos y analizaré sus implicaciones. Para concluir, trataré de introducir otro punto de vista, que me gustaría calificar como espiritual, de consideración del Sí y el No como respuestas anímicas a una situación que se percibe como dolorosa.

Respuestas anímicas que buscan justificarse intelectualmente, pero que en el fondo tienen que ver con las cosas esenciales, como son el dolor ante la pérdida o la fidelidad a lo que amamos… Es a partir del reconocimiento de las razones profundas que llevan a unos y a otros a optar por la afirmación y por la negación, cuando nos situamos en la posición de respetarlos, de comprenderlos. Y es en este momento cuando se abre una nueva posibilidad, un diálogo que nos pone en el camino de la superación de las oposiciones, una superación que a su vez nos abre a un nuevo mundo de posibilidades, insha Al-lâh, si Dios quiere.

  1. Empezaremos por el SÍ

Básicamente, la argumentación de los que afirman que el islam forma parte de nuestra identidad se basan en una evidencia histórica difícilmente refutable: el islam fue la religión mayoritaria de los habitantes de la Península Ibérica durante siglos. Esto ha dejado profundas huellas, rastreables en todos los ámbitos: en la lengua, en la literatura, en la mística, en la filosofía, en la música, en la medicina, en la agricultura, en la gastronomía, en la ordenación del territorio, en el folklore y las costumbres populares, pero también en la idiosincrasia de los hispanos.

A estas alturas ya son cientos los autores que han trabajado sobre todos estos temas, desde que el hispanista inglés Richard Ford viajó por España hacia el año 1830 y vio gran variedad de costumbres y de técnicas procedentes de lo islámico, siendo el primero que comparó sistemáticamente las culturas hispano-cristiana e hispano-musulmana. Esto ha sido expresado de forma meridiana por múltiples estudiosos, no es en absoluto una reivindicación propia de los musulmanes. Entre hispanistas, historiadores y arabistas, pocas dudas quedan al respecto. Como muestra, cito a Julio Baldeón Baruque, profesor de la Universidad de Valladolid:

El Islam y España son, de alguna manera, inseparables… la historia de España nos resultaría incomprensible en su conjunto si olvidáramos la aportación a la misma del mundo musulmán. Pero al mismo tiempo la Península Ibérica constituye un capítulo imprescindible de cualquier historia universal de la civilización islámica. Hubo, durante siglos, un «Islam de España», y sus huellas, tanto materiales como espirituales, son aún perceptibles hoy en día.

Esta influencia o confluencia o participación de lo islámico en la identidad española estaría presente en todos los terrenos. Aquí hay un trabajo de desvelar estas influencias, o más bien los rastros materiales que demuestran que el islam no es cosa del pasado, sino que permea toda la cultura española, hasta los rincones más insospechados. No podemos detenernos en cada uno de estos aspectos, pues sería farragoso, una lista interminable de datos que nada nos aprovecharían para la tarea de reflexionar sobre las implicaciones actuales. En realidad, basta investigar un poco en cualquier dirección para encontrarnos huellas de la presencia del islam. Nos limitaremos a mencionar algunas de ellas:

Lenguaje: según dicen los entendidos, la lengua castellana contiene como mínimo un 20% de arabismos. El elemento árabe fue, después del latino, el más importante del vocabulario español. Aquí, algunos ejemplos: Aceite Azúcar Aceituna Arroz Zanahoria Berenjena Cheque Sofá Alcalde Albacea Aduana Alcoba Alfombra Almohada Cojín Alfiler Joya Jazmín Azul Alcohol Alboroto Carcajada…

Literatura: Ya Miguel Asín Palacios advirtió una fuerte impronta islámica en la literatura de muchos clásicos españoles. En Huellas del islam en la literatura española, Luce López-Baralt cubre desde la Edad Media hasta nuestros días: Juan Ruiz; la literatura morisca, la aljamiada, hasta la actualidad, en Juan Goytisolo. Hay que citar también la tesis árabe sobre el origen de la poesía trovadoresca.

Arte: a pesar de la destrucción, el legado andalusí es visible a través de grandes obras como la Alambra o la Mezquita de Córdoba, la Alfajería de Zaragoza… Pero también en la arquitectura popular: es ilustrativa de la sensibilidad andalusí la manera de concebir la vivienda popular tradicional andaluza, con ventanas pequeñas y muros gruesos de tapial o revestidos de mortero de cal, o la humidificación de los patios de tierra, porosos y permeables a la humedad, o el gusto por los buenos olores de jazmín y de plantas aromáticas, por la frescura de las plantas y el sonido del agua cristalina en medio de la calor.

Territorio: Los topónimos de origen árabe se preservan no solo en las zonas que estuvieron bajo el poder musulmán, sino también en la meseta y en el Noroeste. Incluye numerosas capitales de provincia: Almería, Badajoz, Granada, Madrid, Murcia… Pero también en la propia ordenación territorial: no olvidemos que el actual mapa de las autonomías tiene su origen en el de los reinos de taifas, y que Madrid fue fundada por musulmanes.

Agricultura: Thomas Glick y Barceló, en la estela de Pierre Guichard, ha estudiado la conformación de las acequias andalusíes, mostrando su origen bereber. No es de extrañar que gran parte del vocabulario agrícola tenga origen árabe.

Música: Hace más de un siglo que Julián Ribera y Tarragó consideraba como un chiste la negación de la influencia árabe en la música española (La música árabe y su influencia en la española. Madrid. Editorial Mayo de Oro, 1985). En la misma época, Blas Infante postuló que el flamenco tiene su origen en la recitación coránica, que habría sido conservada y transformada en la marginalidad por labradores expulsados: “en árabe, labrador huido o expulsado significa felahmengu”.

Un último capítulo es el de la mística. Luce López Baralt ha mostrado en su libro San Juan de la Cruz y el Islam como todos los símbolos utilizados por el santo tienen su origen en la mística sufí: la noche oscura, la llama de amor viva, el pájaro solitario… Incluso su estilo poético se explica mejor en conexión con la mística islámica que con la cristiana de su tiempo. También se ha demostrado que las moradas de Santa teresa tienen su origen en el sufismo. Esta conexión entre los espirituales del islam y el cristianismo es importante, pues es en la consumación de la experiencia mística donde desaparecen las barreras.

En otro orden de cosas, el arabista Juan Vernet publicó ya hace muchos años una obra titulada Lo que Europa debe al islam de España, donde demuestra de forma unívoca la influencia del islam andalusí en la formación del pensamiento científico europeo. El primer renacimiento se dio en al-Andalus. Con esto quiero señalar que la influencia del islam no solo es una realidad indiscutible en la Península Ibérica, sino en toda Europa. Hay que tener en cuenta que en los años de la gestación de Europa la civilización islámica era la más avanzada de su tiempo, una referencia obligada para cualquier sabio, especialmente en todas las ciencias. Negar que el islam forma parte de la identidad española parece absurdo, desde el momento en que hay numerosos estudiosos que postulan que el islam es parte de la identidad europea en general. Hasta el punto de que el historiador norteamericano Richard Bulliet ha propuesto calificar la europea como una civilización islamo-cristiana.

Podría dedicar cien páginas a ofrecer datos que muestran esta influencia de lo islámico en todos los terrenos señalados, pero con ello nos quedaríamos en el plano histórico. Lo que nos interesa ahora es considerar la respuesta negativa, pues a veces comprendemos mejor una postura si analizamos su contraria.

  1. Los argumentos del NO

A pesar de las evidencias, existen numerosos historiadores y creadores de opinión que defienden que el islam no forma parte de nuestra identidad. Es más, consideran que el islam es contrario a nuestra identidad, pues ésta se habría forjado en lucha contra el islam. Esto esta basado en la pretensión de que España se formó durante el reino visigodo, sobre las bases de la romanización y el catolicismo (como si los romanos no fuesen invasores). Ahí esta su esencia inalterable, y la llegada del islam es presentada en términos de trauma: “la pérdida de España”. Toda influencia del islam es vista como perniciosa, una adulteración de la verdadera esencia de la España eterna. Es es la que se levantara en los montes asturianos, para iniciar la gloriosa reconquista. Aquí aparecen todos los mitos fundacionales del nacionalismo ultramontano: santiago Matamoros, el Cid Campeador, la gloriosa reconquista… Poco a poco, España vuelve a ser lo que era, una nación católica, lo cual quiere decir: una nación sin moros. La expulsión de judíos y de moriscos parece justificada, desde esta perspectiva: se trata de purgar a España de elementos foráneos que la contaminan.

Esta visión pre-moderna de España está mucho más presentes de lo que imaginamos. Vertebra de hecho el discurso de cierta derecha españolista. En otro lugar hemos citado discursos de Aznar o de Rouco Varela para demostrarlo. También hemos destacado la aportación en esta pervivencia del nacional catolicismo de obras como La quimera de al-Andalus de Serafín Fanjul, o España contra el islam de Cesar Vidal, las cuales están vertebradas sobre una verdadera fobia anti-andalusí.

En última instancia, este discurso anti-andalusí pretende que el islam es ajeno a la identidad española, que al-Andalus es una época aparte, en la cual la identidad española fue arrancada por la fuerza de las armas. Se repite el mito de la conquista islámica de España, que ignora el hecho de que en España hubo muy pocos musulmanes extranjeros -sean árabes o bereberes- y que fueron los habitantes de la Península quienes se reconocieron musulmanes progresivamente, por propia voluntad. La “verdadera España” habría sido arrinconada en los montes asturianos, desde donde inició la llamada (absurdamente) reconquista.

Más allá de su pobreza intelectual, estos discursos tienen una visión muy clara sobre los elementos que garantizan tanto la identidad como la cohesión social en la España contemporánea. La fuerza de este discurso no estriba en lo brillante o convincente de sus argumentos, sino en el hecho de que se apoya en lo de sobras conocido. España es algo tangible y fácilmente reconocible por cualquiera. La visión decimonónica de España sigue siendo dominante en el imaginario colectivo, de modo que la simple enunciación de cualquiera de los elementos que la componen basta para revelar el cuadro completo en el que se inserta. Todo aquel que se oponga a esta mitología es automáticamente tachado de anti-español o de traidor a la patria.

  1. Implicaciones

Si confrontamos estas dos respuestas, nos damos perfectamente cuenta de sus implicaciones. Por un lado, tenemos una visión abierta y pluralista, que piensa España como resultado de múltiples influencias que se van sumando hasta generar unas determinadas formas culturales, irreductibles a un proyecto político, en la medida en que pertenecen a las gentes, son formas de vida particulares.

Por otro lado, una visión cerrada y esencialista, que piensa la identidad nacional en términos de la religión mayoritaria. Una visión de la historia teleológica, que piensa España como manifestación histórica de una esencia inmutable: lo español asociado al cristianismo. No acepta las discontinuidades como parte de una identidad cambiante, sino que las ve como perturbaciones de dicha esencia inamovible.

Una y otra opción tienen implicaciones políticas y sociales. Si la esencia de España radica en su catolicidad, es evidente que los no-católicos no pertenecemos a esa esencia. Si esta catolicidad española se ha forjado en lucha contra el islam, entonces los musulmanes no únicamente somos excluidos, sino que incluso somos considerados como enemigos, un peligro para la identidad nacional basada en el catolicismo. En el caso de los conversos al islam, la cosa es todavía más grave: somos considerados traidores, renegados, quintacolumnistas.

En su expresión más extrema, la creciente presencia de los musulmanes en la España del siglo XXI es presentada como una reminiscencia de la invasión musulmana de la España visigoda. Dentro de la misma línea asistimos a la publicación de obras y artículos en los cuales se pretende justificar la expulsión de los moriscos, o se reivindica el legado de los Reyes Católicos como fundadores de la nación española. Cuando se reivindica la expulsión de los moriscos con el argumento de que España estaba en guerra con el islam y de que eran una quinta columna que amenazaba la identidad española, es inevitable trazar un paralelo con la situación actual, en la cual es habitual escuchar que estamos en guerra contra el islam y que los inmigrantes musulmanes son quintacolumnistas, que ponen en peligro la identidad española. Los musulmanes españoles contemporáneos son vistos como los nuevos invasores frente a los que hay que defenderse… La llamada al genocidio no es explícita, pero esta latente.

A nivel internacional, se comprende que los negadores se alineen con las tesis neocon del choque de civilizaciones. El mito del enfrentamiento islam-occidente como algo inevitable, el triunfo de la cultura de la guerra, la perpetuación del colonialismo.

Si el discurso esencialista tiene una implicación en la política nacional e internacional, lo mismo podemos decir del discurso inclusivo.

A nivel local: la memoria andalusí se presenta como un instrumento de integración, en la medida en que permite postular un modelo de islam autóctono y arraigado tanto en nuestra historia como en nuestra realidad social contemporánea.

A nivel internacional: España puede ocupar un lugar privilegiado en la esfera internacional. Por un lado, tiene un lazo evidente con Latinoamérica. Por otro, es un país miembro de la Unión Europea. El reconocimiento del islam y la integración de la memoria andalusí como parte de nuestra identidad genera una conexión con el mundo árabo-musulmán. Ningún otro país occidental tiene estas posibilidades de constituirse en eje entre los mundos. ¡Qué gran posibilidad! Una mirada abierta hacia el futuro pasa por una ampliación consciente de nuestra identidad, nos permite mirar hacia el pasado como alimento del presente.

¿Se comprende pues lo que está en juego? Mucho más que un debate historiográfico o que una cuestión de identidad. Lo que esta en juego es la consecución de una sociedad abierta, en todas direcciones: hacia su pasado, hacia su presente, hacia su futuro, hacia su propia realidad histórica compleja, hacia su diversidad intrínseca, hacia su interioridad negada. Abierta, en definitiva, al mundo porvenir, al devenir de un mundo.

Recuperar al-Andalus nos abre a nuevas posibilidades de sentido, todo un legado por descubrir, una parte de nosotros mismos que hemos ocultado, a la que tenemos miedo. No se trata ya del miedo al islam, sino del miedo a lo desconocido de nosotros mismos, a nuestra propia interioridad desconocida. Pues al-Andalus permanece como el fondo impensado de esta tierra, uniformada por el catolicismo biológico impuesto desde las estructuras de poder.

  1. Sanación

Y sin embargo, esta no es la opción mayoritaria entre los españoles. Uno no puede sino preguntarse: ¿por qué la tesis afirmativa, siendo más lógica y mucho más apropiada para lidiar con los problemas contemporaneos, en cambio cuesta tanto de ser aceptada y asimilada por el grueso de los españoles? Esto indica que seguimos viviendo como colectividad en un paradigma pre-constitucional. Dualidad entre Estado de derecho (dimensión normativa, en la cual la identidad quiere ser encajada en el concepto jurídico de ciudadanía) y la realidad psico-social (conjunto de símbolos o mitos que configuran nuestro imaginario colectivo).

La recuperación de la memoria andalusí, la interiorización de al-Andalus como parte de nuestra identidad, constituye un proceso de sanación individual y colectiva, a través del cual este país puede postularse como una de las potencias del presente, por lo menos en el plano de las ideas y del liderazgo.

Para ello, deberemos dejar de pensar en nuestra tierra en términos de oposición entre el cristianismo y el islam. No podemos perpetuar esa fractura. Ha llegado el momento de operar la sanación. Pero para ello será necesario un reconocimiento de la herida y de su significado, el reconocimiento de que la situación actual nos paraliza y nos impide el consumar nuestro destino. Si somos capaces de operar dicha sanación, serán liberadas fuerzas no previstas, se producirá un aumento de la creatividad, la emergencia de un nuevo paradigma. Pues el ser humano se realiza en el encuentro, crece en la apertura, y se estanca cuando rehuye el cambio, cuando se cierra en torno a unas certezas con las que se siente cómodo.

Hay una dimensión histórica que no alcanza, no logra reflejar la realidad profunda del tema que tratamos, no nos toca el alma. Pues los datos exteriores no son sino la plasmación de opciones vitales, las cuales responden a otra cosa.

El SI responde al deseo o a la necesidad de recuperar una dimensión de nuestra identidad que nos ha sido negada, que ha sido reprimida, arrancada de nosotros mismos, pero que permanece allí, que desea ser reconocida, aceptada de nuevo dentro del nosotros colectivo. Esas imágenes, esa memoria excluida pugna por manifestarse, pero es reprimida. Entonces se manifiesta en forma de trauma colectivo, de negación y mutilación de nosotros mismos, pero también en formas marginales. No es de extrañar la larga historia de marginación de nuestra historia, como en los márgenes de la identidad nacional oficial han ido surgiendo formas que pugnaban por salir: gitanos, bandolerismo, heterodoxos, herejes, movimientos anarquistas… Solo hay que oír el grito desgarrado del cante hondo para comprender que un pueblo que ha dado semejante arte tiene una herida profunda que sanar. Es en esa historia con la que, como ciudadano español que sigue la vía del islam, me siento identificado, y por eso mismo no dejo de sentirme como un marginado, ya no socialmente, sino interiormente. En este momento, el Sí responde a la necesidad de romper los márgenes y trazar un cuadro más inclusivo, hacia atrás y hacia delante.

El NO responde a otro dolor. Dolor por ver como la identidad católica se diluye, como algunos de los valores más profundamente arraigados en nuestra psique colectiva son dejados de lado de forma negligente, como se han perdido las claves que nos permiten comprender la grandeza de un Juan de la Cruz o de un Miguel de Molinos, los grandes místicos a través de los cuales se expresa el alma colectiva de esta tierra. Un dolor que, al ser politizado, se manifiesta como defensa de una identidad cerrada a cal y canto.

El Si y el No son dos hermanos que aman a la misma madre, que rivalizan e incluso se odian por amor. Y ambos ven en su madre el reflejo de aquello que son o quieren ser. Unos hablan de la España católica eterna, y otros de la madre tierra que acoge en su seno a todos sus muertos, católicos, judíos, ateos, musulmanes, sin distinguir entre ellos. Unos aman a la madre como fundamento de un Estado-nación homogeneo y apegado a sus símbolos fundacionales, y otros aman a la madre como tierra, al margen de cualquier forma política concreta.

En este momento pasamos a ver a los negadores como lo que son: gentes enfermas, que expresan un sufrimiento. El duelo ante la pérdida no les permite ver el nuevo devenir, tratan de proyectar en el futuro aquello que ya se ha perdido para siempre, tratan de mantener de modo artificial un concepto de la identidad de España como tierra exclusivamente católica.

Es a partir de esta constatación que la sanación se hace posible. Ya no en el enfrentamiento eterno entre las dos españas, sino en la conciencia de una tragedia compartida, una tragedia histórica que no ha podido evitar que el encuentro se realice.

Es en esta tierra donde debe superarse la fractura entre el islam y el cristianismo, entre oriente y occidente. Es en esta tierra donde brota una nueva posibilidad, una nueva creatividad, la afloración de un nuevo paradigma. Ningún otro país en el mundo tiene esa posibilidad.

Madrid, marzo 2010

 

Autor: Abdennur Prado

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